Estado de embriaguez depresiva a orillas del Támesis
Solo quiero desaparecer. Vomitar
en estas líneas las cuatro palabras inconexas que tengo en la cabeza y explotar
al fin. Huir. Encerrarme. Dejar los problemas afuera y no dejar que me afecten.
Pero son superiores a mi e imagino que habrá que enfrentarlos.
El paseo a orillas
del Támesis no me ha ayudado en nada; más bien al contrario. Pasear sólo,
escuchando música triste solo ha hecho más que acrecentar las tribulaciones. Mi
cerebro estalla en un sinfín de necedades que me aplastan desde arriba. El
punto neurálgico de este dolor se concentra en la sien, en el entrecejo más
concretamente. Entre los ojos, como si las imágenes que penetran en ellos se
juntaran y produjesen un montón de cavilaciones que dañan desde dentro.
El sol a lo lejos, las
nubes que intentan taparlo, el Támesis continuando su curso, ignorándome.
Edificios majestuosos y suntuosos se erigen a mi otro lado y soy yo el que los
ignora. Gente corriendo; paseando. Una mujer dando de comer a una paloma. Unos
japoneses haciéndose fotos con el atardecer de fondo. Dos padres intentando que
sus hijos se estén quietos para hacerles la foto de rigor. Una pareja se besa
al inicio de su encuentro y se disponen a continuar su paseo en bici. Siento
asco. Bueno, en realidad es envidia, envidia asquerosa. No solo de la pareja,
sino de todos. Parece que no tengan problemas. Aunque a lo mejor yo tampoco parezco tenerlos. Total, solo voy
caminando, con los auriculares puestos, mirando a lo lejos. ¿Pensaran ellos que
soy feliz? Ignorantes...
Esas cavilaciones me
persiguen allá donde voy: a casa. Aquí, abro la puerta y me derrumbo en la
cama. Decido desconectar y que los problemas hagan su trabajo. Si quieren
matarme desde dentro, que lo hagan. En suma, si me siento así, ya lo estoy.
Y como una tortuga
que asoma su cabecita en la arena, mañana tendré que levantarme y gritarle al
mundo que me importan una mierda los problemas.
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